Desde el pasado lunes 25 de febrero estamos en Siria para conocer de primera mano el trabajo diario de los Maristas Azules en Alepo y visibilizar la situación de la población que sufre las consecuencias de una guerra que se alarga casi ya 8 años. Desde allí, nuestro director, Javier Salazar, nos envía la siguiente reflexión:
«Comenzó la mañana con expectación. Salimos hacia un campo de personas refugiadas con el grupo de voluntariado de los Maristas Azules. Dentro del autobús: animación, cantos… Fuera, un terreno arrasado por la guerra. Pueblos desiertos, edificios fantasmas…. con algún rebaño en las cercanías.
Llega el momento de coordinar actividades y se hace silencio. Un repaso rápido del programa, ¿todo claro? Vamos llegando al campo de refugiados. Hace varios kilómetros que la presencia de militares ha aumentado. Estamos en zona intermedia entre dos bloques armados. Es una zona de 8 Km en tierra de nadie. Son 120 familias curdas y árabes. 750 personas en 6 filas de tiendas. Una ciudad de lona que intenta sobrevivir.
En ese intento le saludan los Maristas Azules. Un buen grupo de gente comprometida con su pueblo, comprometidos con su fe. Hay actividades variadas. Niños y niñas en una nueva tienda, otros en clase, hasta seis grupos. Para jóvenes hay trabajo extra, el domingo montarán otra gran tienda para reuniones… tienen que nivelar el terreno. Las mujeres hablan sobre nuevos modelos de ropa y tejen.Esta mañana es un paréntesis en la tensión y monotonía del campo, un poco de oxígeno que entra en esta atmósfera densa y llena de nubarrones. Salimos del campo con despedida cálida de los niños y el respeto de los mayores.
En nuestra vuelta a Alepo, vuelve el paisaje desolado de las ruinas. Dentro en el bus vuelven las canciones, la alegría, fluye un espíritu fraterno aquilatado en esta vivencia solidaria. En estas tierras maltratadas por la violencia, la gente de las ciudades, de los campos… son esperanza de un futuro en paz».